La tecnología en las finanzas está haciendo que cada vez se asocie menos al mundo financiero con los “banqueros trajeados”. Desde grandes empresas tecnológicas y fintechs hasta algunos desarrolladores de aplicaciones de Finanzas Descentralizadas (DeFi) están empujando para redibujar el mundo de las finanzas y su relación con la tecnología. 2022 debe ser el año en el que los reguladores den un paso adelante y se pongan al día con las nuevas tecnologías.
Esta revolución tecnológica se puede dividir en tres tendencias. La primera es la de ofertar una cada vez más amplio rango de productos financieros en una única plataforma. La segunda es la incipiente búsqueda de descentralizar ciertos procesos financieros. La tercera es la búsqueda por parte de los bancos centrales, habituales bastiones del conservadurismo en inmovilismo financiero, de digitalizar sus procesos e incluso digitalizar sus monedas.
Este año 2022 promete ser “movido”. El Banco Popular de China pretende lanzar su e-yuan a un mayor sector de la población; los bancos centrales de Jamaica, Japón, Tailandia y Turquía han anunciado que van a realizar pruebas y pilotos con monedas digitales. Parece que la digitalización monetaria, como poco acabará probándose.
La innovación también va a continuar en el sector privado donde se han invertido más de 50.000 millones de euros en startups financieras o fintechs en la primera mitad del 2021.
Esta innovación contrasta con los excesivos tiempos habituales del mundo financiero tradicional para introducir cambios, sus altas comisiones y su cuestionable servicio al cliente. La adopción de nuevas tecnologías no sólo debería mejorar las comisiones a los clientes y dar un servicio más adecuado a sus perfiles, sino que debería permitir la inclusión financiera, que es un problema que también está presente en los países desarrollados.
La competencia debería erosionar los márgenes de los grandes dominadores (Visa y Mastercard tienen unos márgenes brutos del 65-80%). Las transferencias de dinero al extranjero como a través de remesas de países ricos a países pobres siguen siendo muy caras. Y como cada vez los usuarios tienen más interacciones con el mundo online, es natural que sus finanzas no sólo se conviertan en digitales, sino que se integren con el resto de aplicaciones de manera orgánica.
Siendo conscientes de esto, hay que protegerse de las amenazas que un cambio tan rápido trae consigo. Por ejemplo, los NFTs que se publicitan como inversiones carecen de obligatoriedad de realizar ningún test de conveniencia ni hay forma alguna de saber si el inversor es plenamente consciente de los riesgos asociados a su compra; los nuevos productos como las criptodivisas son más vulnerables a estafas y en un mundo cada vez más descentralizado es difícil saber dónde encontrar ayuda.
Es aquí donde los reguladores deben entrar en acción y preservar el potencial salvaguardando los riesgos. A medida que los límites entre empresas financieras y empresas tecnológicas se desdibujan y que cada vez aumenta la cantidad de información de los clientes que se recoge es imperiosa la necesidad de proteger la privacidad y la seguridad de estos. Pero esta protección debe hacerse sin incurrir en burocracias que ralenticen los procesos de innovación, de ahí el gran desafío para los reguladores.