Se espera que la inflación se mantenga alta al menos durante algún tiempo. El 7 de junio el Banco Mundial avisó que la economía mundial está “está entrando en lo que podría convertirse en un período prolongado de escaso crecimiento y elevada inflación”. Este periodo de bajo crecimiento y fuerte inflación es lo que los economistas denominan estanflación que, pese a la experiencia de haber superado una crisis financiera y una pandemia global, esta situación no tiene nada que ver y requiere de medidas diferentes.
Lo primero que tiene que hacer una empresa es defender los márgenes y el flujo de caja, que es lo que miran los inversores nada más recibir los datos, antes incluso que el crecimiento de los beneficios, cuando las cosas se ponen “feas”. Para aumentar el flujo de caja en términos reales y así crear un potencial valor para los posibles inversores hay que reducir costes y pasar el coste de la inflación a los clientes sin que esto afecte sobremanera al volumen de ventas.
Reducir costes, a día de hoy, no es sencillo. Los precios de las materias primas y del transporte, por la coyuntura actual, se mantienen muy elevados. Pese a que las limitaciones de algunas cadenas de suministros se han suavizado y continuarán haciéndolo los próximos meses otras disrupciones continúan.
Esto hace que el control de los costes no sea suficiente para mantener márgenes lo que hace cuasi obligatorio para las empresas que el sobrecoste generado por la inflación sea trasladado al cliente. Algunas empresas lo tienen más fácil que otras, como comentamos aquí, ya sea por tener una competencia más débil, por la fortaleza de la marca, por la incapacidad de los clientes para diferir o evitar la compra o por tener fuentes de ingresos ligados a la inflación
Pero la capacidad de aumentar los precios mientras los clientes se aprietan el cinturón requiere de una gestión muy precisa. Es cierto que ahora, gracias a las nuevas tecnologías, el impacto de la modificación de un precio se puede medir en tiempo real, pero el efecto a largo plazo de un incremento de este que se mantendrá y la tolerancia que los clientes puedan tener a esto es una incógnita.
Aunque una empresa sea capaz de mantener ingresos y tener los costes bajo control la inflación puede hacer estragos en los balances. Por lo que el control del activo circulante (el valor del inventario y lo que se adeuda a los clientes menos lo que se adeuda a los suministradores) se antoja esencial. Los ciclos de pago (cuándo una empresa paga al suministrador y cuándo es pagada por el cliente) se convierten en una métrica a tener en cuenta ya que el poder adquisitivo del efectivo pagado con retraso se debilita por la inflación.
Todo esto hace que evaluar el rendimiento de una empresa sea mucho más difícil y se podrá comprobar qué gestores son buenos y cuáles simplemente estaban surfeando la ola. Por poner un ejemplo: el cálculo del rendimiento del capital sale muy superior con un numerador inflado por los retornos presentes y un denominador pequeño por el capital invertido en el pasado sin inflación y si no se tiene en cuenta el impacto de ésta se estará tomando una decisión con datos incorrectos sin ajustar. La forma de valorar empresas tiene que cambiar y la inflación nos va a traer nuevas formas para determinar el valor de las empresas.