Si hubiese que condensar en una frase lo más breve posible la mejor recomendación de inversión sería algo como: “Invierte en equity”. Más conciso imposible. En las últimas décadas podríamos, añadiendo una palabra, decir: “Invierte en equity estadounidense”. Pero si obviamos la longitud podríamos decir: “Una cartera diversificada puede tener los mismos retornos que una concentrada, pero con menos riesgo”.
Podríamos definir el concepto de diversificación como la estrategia que busca combinar en una cartera distintos activos con retornos no correlacionados con la intención de reducir el riesgo de la cartera sin que merme la rentabilidad.
La diversificación es una idea tan importante en las finanzas modernas que es habitual olvidar desde cuándo se aplica. El economista con el que se asocia principalmente el concepto de diversificación es Harry Markowitz, que ganó un Nobel por su teoría moderna de carteras (1952). Pero la práctica, si bien no la teoría, estaba muy extendida previamente.
Durante los comienzos de la globalización financiera, a principios del siglo XX, los inversores europeos invertían en activos extranjeros como forma de diversificación. Una encuesta del periodista Charles Conant publicada en 1908 estimaba que entre un 25% y un 50% de una cartera promedio británica invertía en valores del extranjero. En las carteras promedio de franceses y alemanes, los activos extranjeros suponían alrededor de un tercio y la mitad, respectivamente. Desgraciadamente, ese cosmopolitismo se vio destruido por la I Guerra Mundial, la hiperinflación, los controles de capital y la Gran Depresión que llegaron a continuación y no fue hasta Markowitz que, sentando las bases de la teoría del concepto diversificación, se aplicó a la confección de carteras de inversión el famoso dicho “no poner todos los huevos en la misma cesta”.