FTX, la que era la tercera plataforma de criptomonedas más grande, valorada en su momento en 32.000 millones de euros, se ha declarado en bancarrota y cientos de millones de dólares han desaparecido misteriosamente de sus cuentas. Hoy sólo quedan acreedores enfurecidos e investigaciones criminales y del regulador.
No deja de cumplir todos los requisitos de las clásicas burbujas financieras como la que se dio en los Países Bajos en el siglo XVII con los tulipanes. En su momento de mayor auge, las criptomonedas llegaron a valorarse en 3 billones de euros desde los casi 800.000 millones de valoración a principios del 2021. Hoy vuelven a estar en 830.000 millones.
Al explotar la burbuja la primera duda que surge es si las criptomonedas podrán usarse para algo más que para estafas y especulación. La promesa de una tecnología que consiguiese que la intermediación financiera fuese más rápida, más barata y más eficiente sigue presente y es que no hay que olvidarse del potencial de la tecnología que utilizan.
La triste realidad es que tras 14 años desde la invención de la blockchain de Bitcoin poco se ha cumplido de aquella promesa y sin embargo grandes cantidades de dinero, talento y energía se han utilizado para crear una especie de casinos virtuales en donde se especula con tokens inestables y donde proliferan los que buscan lavar dinero, evadir sanciones y estafar.
Pese a esto, la tecnología sigue mejorando y la última mejora en la blockchain de Ethereum hecha en septiembre de este 2022 reduce significativamente su consumo de energía allanando el camino para manejar grandes volúmenes de transacciones de manera eficiente.
El regulador, por su parte, debería asegurar que el robo y el fraude se minimizan, como en cualquier otra actividad financiera y que el sistema financiero tradicional no se ve afectado por los potenciales líos de las criptomonedas. Aunque las blockchains fueron diseñas explícitamente para evitar la regulación, estos principios justifican regular las instituciones que actúan como puertas de entrada a la “criptoesfera”.
Requerir que los depósitos de los clientes estén respaldados por activos líquidos es un paso obvio, definir una serie de reglas de transparencia también lo parece. Por otra parte, las llamadas stablecoins, criptomonedas que buscan mantener su valor en divisa del mundo real, deberían estar sujetas a la misma regulación que cualquier otro instrumento de pago bancario. Si las criptomonedas sobreviven o se convierten en curiosidad financiera para la historia dependerá de si se encuentra un uso válido en el mundo real para ellas y especialmente si consiguen, pese a su esfuerzo en contra, estar finalmente regulados y abrir un camino que puede ser distinto pero que de seguridad en las operaciones.