Durante la última década el riesgo geopolítico se ha intensificado y se ha convertido en una constante en el mundo de la política, aún así la economía ha seguido funcionando bajo la premisa que las consecuencias económicas estarían bajo control y podrían ser descontadas por los mercados. Sin embargo, la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha venido a romper esta premisa ya que conlleva el aislamiento de la onceava economía mundial y una de las mayores productoras de materias primas.
Las implicaciones globales más inmediatas que hemos visto son: la subida de la inflación, un menor crecimiento e incertidumbre en los mercados. A largo plazo podemos esperar una debilitación del sistema global de cadenas de suministros y de la integración de los mercados financieros.
El primer impacto lo observamos en los mercados de materias primas. Rusia no sólo es el mayor suministrador de gas a Europa es también uno de los mayores productores de petróleo y un suministrador clave de metales industriales como el níquel, el aluminio y el paladio. Tanto Rusia como Ucrania son grandes exportadores de grano y Bielorrusia, que actúa como proxy de Rusia, es importante en potasa, ingrediente clave en los fertilizantes.
Los precios de estas materias primas han venido subiendo desde el inicio del año y se espera que sigan aumentando. Como ejemplo, el 24 de febrero, cuando se registraron las primeras explosiones en Ucrania, el precio del barril de Brent superó los 100 dólares por barril y los precios del gas en Europa se dispararon un 30%. El suministro de materias primas podría verse afectado no sólo por las sanciones impuestas a Rusia sino por la destrucción de infraestructura física (gaseoductos y/o puertos).
Otro impacto menos evidente, lo observamos en la tecnología y en el sistema financiero global. Las sanciones sobre las empresas tecnológicas rusas limitarán el acceso de estas a tecnologías innovadoras y a los semiconductores y la exclusión de los bancos rusos del sistema SWIFT impedirá que los flujos financieros entren o salgan del país.
Rusia venía aislando su economía para hacer frente a unas medidas similares. La parte de sus facturas denominadas en dólares se ha desplomado desde que invadió Crimea en 2014 y ha ido construyendo reservas en divisas extranjeras. Aún así se verá afectada y tendrá que recurrir a China para sus necesidades financieras, situación que ya habían previsto y que les había llevado a aumentar el comercio con el gigante asiático a la vez que lo aislaban de posibles sanciones internacionales con sólo un 33% de los pagos de China a Rusia en dólares, cifra que baja desde el 97% en 2014.
Rusia se enfrenta a un problema económico serio pero no fatal. Para la economía global las perspectivas de un aumento de la inflación y de los precios de los recursos naturales intensifican el dilema de los Bancos Centrales con las subidas de tipos y la inflación mientras que la inversión privada podría reducirse porque la incertidumbre en los mercados genera desconfianza.
Las consecuencias económicas a largo plazo forzarán a que se acelere la división del mundo entre bloques de economías. Rusia se verá forzada a desplazarse hacia el este, dependiendo cada vez más de China para el comercio y las finanzas mientras que en Occidente nos cuestionaremos si una de las claves de la globalización, comerciar libremente con todos los países incluyendo autocracias, sigue siendo válida. Tal vez la guerra no cause una crisis económica directa pero seguro que remodelará cómo la economía operará en el futuro.