El ahorrador se enfrenta a un mundo cada vez más complejo en el que debe conocer y aprender nuevos conceptos, técnicas y metodologías que le proporcione esa educación financiera necesaria para poder participar de manera consciente en el mundo de las inversiones. Poder invertir siendo realmente consciente de dónde se invierte es importante y no tan habitual como pudiera parecer.
Conocernos honestamente como personas es una parte vital del proceso de inversión y ello implica reflexionar sobre nuestras expectativas y sobre nuestros miedos, determinando nuestro límite de tolerancia cuando las inversiones no van bien. Esto reducirá la posibilidad de que capitulemos en el momento equivocado y arruinemos así nuestra inversión.
Tendemos a subestimar las probabilidades de riesgo y a sobrestimar las probabilidades de éxito y esto no conduce a una toma de decisiones buena ni racional. A la hora de seleccionar una inversión siempre debemos considerar el llamado binomio rentabilidad/riesgo que podríamos resumir en:
- A mayor riesgo que asumamos en una inversión, mayor deberá ser la rentabilidad esperada.
- Con rentabilidades similares deberemos elegir aquella inversión con menor nivel de riesgo
- Con niveles de riesgo similares la inversión elegida deberá ser la que ofrezca una mayor rentabilidad.
Es de vital importancia considerar la psicología inversora a la hora de poder tomar buenas decisiones de inversión: nuestro nivel de ego o falta de sensatez puede hacer que asumamos riesgos no controlados y no acordes con nuestro propio perfil inversor. Cuando una inversión no te permite estar tranquilo, es que no se está realizando de manera adecuada, bien por la cantidad invertida o bien por el producto en el que te hayas inmerso.
Tendemos al sesgo de confirmación que se produce cuando en lugar de considerar objetivamente todas las evidencias existentes, decidimos inconscientemente otorgar más peso a aquella información que confirma nuestra creencia original, descartando aquellas evidencias que parezcan indicar lo contrario. De igual manera también ponemos de manifiesto lo que se conoce como sesgo retrospectivo, por el cual concedemos mayor importancia a experiencias recientes, dando menos peso a aquellas que han sucedido en momentos más lejanos en el tiempo.
Cuando comprendemos que una apuesta inversora ha salido mal debemos recapacitar y analizar la estrategia seguida y a partir de ahí discernir como hemos llegado a esa situación para aprender y “olvidar”, rediseñando de forma realista el futuro sin que el pasado sea una carga.
Por alguna extraña razón la aceptación de las pérdidas es algo que suele ir en contra de la naturaleza del inversor. Tendemos a mantener nuestras inversiones que se han comportado mal con la falsa idea de que si no vendemos no perdemos, ignorando que nuestra decisión está basada en la emoción y no en la razón.
La última clave es que no existen recetas maravillosas. Como inversores debemos formarnos aprendiendo, leyendo y comparando y así, depositar nuestros ahorros en quien merece nuestra confianza. Llegados a este punto, creo que ya te puedes y debes preguntar…
¿Qué nivel de riesgo estoy dispuesto a asumir? Haz click y empieza así a mirarte en el espejo.