Durante el verano hemos venido escuchando en las noticias sobre economía la palabra recesión. En concreto, se ha expresado el temor a una incipiente recesión. Los datos, sin embargo, no avalan dicho decrecimiento.
En EEUU se crean puestos de trabajo (164.000 en julio) y las ventas de productos han seguido subiendo; mientras que en Europa, salvo Alemania, los datos del crecimiento de las distintas economías ha sido positivo. A veces, el comienzo de una recesión puede deberse más al sentimiento que al estado real de la economía.
La confusión actual se debe a la extraña historia económica mundial que hemos vivido recientemente. La última recesión global ocurrió en medio de una gran crisis financiera. La anterior, ocurrida hace casi veinte años, vino acompañada también de una fuerte caída de la bolsa (entre agosto del 2000 y septiembre del 2001 el S&P500 cayó más de un 30%).
¿Qué es una recesión?
En economía se suele definir recesión como una bajada de la tasa del PIB interanual durante dos trimestres consecutivos. Los macroeconomistas mantienen la estabilidad de sus modelos pese a estas bajadas del PIB introduciendo un “shock”, como por ejemplo una subida inesperada en el precio del petróleo o un salto en los tipos de interés. Los “shocks” pueden significar restricciones para los deudores, para las empresas, para los consumidores o para otro grupo concreto.
Las explicaciones de las recesiones basadas en “shocks” son muy intuitivas, permiten decir que como “x” ha causado “y” algún factor económico se ha desajustado, como por ejemplo el aumento del desempleo.
¿Es algo tan simple de explicar?
Lo cierto es que la causalidad económica rara vez es tan simple. Una subida de los tipos puede dañar a un grupo pero beneficiar a otro. No todos los “shocks” derivan en recesiones, normalmente cuando lo hacen no tiene que ver tanto con el “shock” en sí sino con la capacidad de la economía que lo ha sufrido para aprovechar las oportunidades que suele generar.
Un ejemplo de esto que hablamos sería la recesión de principios de los 90, calificada por Paul Krugman como el producto de un conjunto de pequeñas porciones de problemas. En esta situación, individuos y empresas con músculo económico que en condiciones normales aprovecharían una bajada de precios, decidieron apilar su efectivo.
Behavioural finance
En esencia, este tipo de comportamiento es una cuestión de psicología de masas y se está empezando a estudiar cada vez más. Como dijo John Maynard Keynes, las economías son grandes cadenas de ingresos y gastos que se mantienen unidas por las expectativas compartidas de que todo continuará igual.
El problema es que los “shocks” contribuyen a generar pesimismo y este puede alterar el equilibrio de una economía.
En el último siglo, los Gobiernos y los Bancos Centrales se han erigido como garantes de la economía, previniendo recesiones mediante el uso de políticas fiscales y monetarias, pero su compromiso también juega un rol psicológico. La credibilidad que otorgan a la promesa de resistir a las recesiones dan la confianza al mercado de que la economía mantendrá su fortaleza.
No obstante, la confianza es huidiza y el hecho de tener menor margen de maniobra cuando los tipos de interés están tan bajos hace que el pesimismo se pueda instaurar con facilidad, facilitando la entrada en una recesión.