El gasto que han hecho los gobiernos europeos para mantener a flote su economía está siendo tema de discusión en el Parlamento Europeo. Las primeras ayudas estaban destinadas a los pequeños y medianos negocios pero ahora parece ser el turno de las grandes empresas.
Francia anunció un paquete de ayudas de 8.000 millones de euros para su industria automovilística, incluyendo un gran préstamo a Renault; mientras que Alemania ha salido al rescate de Lufthansa con un paquete de ayudas de 9.000 millones de euros a cambio de entre un 20% y un 25% de participación en su capital.
Normalmente este tipo de ayudas estatales están terminantemente prohibidas en la Unión Europea para asegurar una competencia igualitaria para las empresas entre los distintos países de la Unión y para evitar a los ciudadanos, consumidores y contribuyentes la carga de un mercado manipulado. Una vez que un país se convierte en accionista o acreedor de una empresa, los jefes saben que las perspectivas de la empresa pasan por complacer a los políticos de turno.
¿Cómo garantizar que los rescates, tan necesarios en este momento, no afectarán a la economía europea ni al Mercado Único? Deben ser el último recurso y solo recurrir a ellos cuando el resto han sido agotados. También se mitiga el riesgo si el dinero se distribuye de manera uniforme.
El criterio más importante es que los rescates deben estar cuidadosamente legislados en toda la Unión. Esto significa asegurarse de que las empresas no usarán el dinero público para operar a pérdidas o para llevar a cabo planes de expansión cuando la economía se recupere.
Pese a no ser lo ideal para garantizar la libre competencia, los gobiernos se pueden ver forzados a tomar participaciones en empresas. Deberían implementarse de manera rigurosa normas europeas para obligar a las compañías a devolver los préstamos y recomprar las participaciones a los gobiernos prohibiendo el pago de dividendos y bonus hasta completar los pagos.
Los rescates han sido necesarios debido a la anormal situación vivida por la pandemia pero eso no los convierte en menos dañinos para la economía europea. Especialmente porque minan la, ya de por si, frágil integración económica y fomentan el inagotable apetito de los políticos por entrometerse en la industria. La creación de un libre Mercado Único ha sido uno de los grandes logros de la Unión Europea. Que las prisas no lo perviertan.