La Teoría Monetaria Moderna, o MMT por sus siglas en inglés, está estos días en boga en el mundo de la economía.
Stephanie Kelton, experta en la MMT, es asesora de Bernie Sanders, senador estadounidense y candidato a la presidencia de EEUU. La congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez, una de las figuras más mediáticas de la política de EEUU en los últimos tiempos, cita la MMT cada vez que la preguntan cómo piensa hacer frente, económicamente hablando, a un nuevo acuerdo ecológico.
Por el contrario, el Nobel de economía Paul Krugman se ha quejado que los defensores de esta teoría juegan al “Calvinball” (un juego inventado por los protagonistas del famoso comic “Calvin & Hobbes”, en el cual los jugadores se van inventando las reglas sobre la marcha). Larry Summers, antiguo Secretario de Estado de EEUU, se refirió a la MMT como “economía vudú”, un insulto antes reservado a los que pensaban que los recortes fiscales se pagaban por sí mismos.
¿De dónde surge la MMT?
La Teoría Monetaria Moderna tiene su origen en fisuras doctrinales. En las décadas posteriores a la Gran Depresión los expertos en economía discutían cómo implementar las ideas de John Maynard Keynes, padre de la macroeconomía. Al final, se impuso una corriente americana basada en la matematización del Keynesianismo mientras que al resto de variantes se las denominó de manera conjunta post-Keynesianismo (una mezcla ecléctica de teorías distintas). En la década de 1990, un grupo de pensadores, basándose en las ideas del post-Keynesianismo, empezaron a dibujar lo que años después se convertiría en la MMT.
¿Qué es exactamente la Teoría Monetaria Moderna (MMT)?
No existe un modelo canónico de MMT como tal pero existen una serie de ideas centrales.
Un gobierno que imprime y toma prestado su propia moneda no puede quebrar ya que siempre puede “crear” más dinero para pagar a sus acreedores. Ese “dinero nuevo” también se puede usar para pagar el gasto público, los ingresos por impuestos son innecesarios.
Los gobiernos deberían usar sus presupuestos para gestionar la demanda y mantener el pleno empleo (tareas que la política monetaria actual encarga a los Bancos Centrales). La principal restricción para el gasto público no sería el estado del mercado de bonos, sino la disponibilidad de recursos infrautilizados como trabajadores desempleados.
Aumentar el gasto cuando la economía está ya a su máxima capacidad puede llevar a un rápido aumento de la inflación. El propósito de los impuestos, en este caso, sería mantener bajo control la inflación. El gasto sería el acelerador y los impuestos el freno. Los déficits fiscales serían irrelevantes mientras el desempleo fuese bajo y los precios se mantuvieran estables.