Durante las últimas semanas, en los diarios de economía se ha venido leyendo la palabra SPAC cada vez con más frecuencia, pero ¿qué es exactamente una SPAC? SPAC es un acrónimo de las palabras inglesas: special-purpose acquisition company. Que en castellano vendría a ser: empresa de adquisiciones con propósitos especiales.
En el ámbito de la economía, la razón de existir de una SPAC es proporcionar a otra empresa una forma rápida y sencilla de cotizar en Bolsa. Su ciclo de vida empieza cuando un grupo de inversores crea la carcasa de una empresa y la saca en una Bolsa con una cartera de efectivo para invertir en una empresa que desarrolle un negocio y esté buscando levantar capital y salir a cotizar. El siguiente paso es proponer una fusión con esta empresa no cotizada que usualmente tiene cierta madurez empresarial y ciertas ganas de cotizar para ofrecer una salida a las empresas de capital riesgo que la ayudaron a crecer en su momento.
Normalmente los inversores creadores de una SPAC deben llegar a un acuerdo con otra empresa en el plazo de dos años desde su lanzamiento o devolver el dinero al resto de inversores y cerrarla. Pero si llegan a formalizar una fusión pueden recaudar más dinero para la SPAC de clientes institucionales con la idea de poder aumentar la financiación de las operaciones de la compañía no listada a cambio de una mayor porción de acciones para los inversores de la SPAC y algún puesto en el consejo.
Todo este proceso puede resultar enrevesado, pero las SPACs proporcionan a empresas que quieren cotizar una manera rápida y fácil de salir a una Bolsa sin pasar por una OPV (Oferta Pública de Venta). Una de las principales ventajas que éstas ofrecen es que en una OPV clásica, la valoración final de la compañía es incierta mientras que en la fusión con una SPAC la empresa sabe cuánto capital va a “levantar”.
El año pasado, 2020, en EE. UU. se crearon casi 250 SPACs que recaudaron 83.000 millones de dólares y lejos de desgastarse, el ritmo se ha acelerado desde entonces. Hay que entender que estas empresas carcasa que poseen 100.000 millones de dólares o más podrían adquirir compañías con valoraciones de 500.000 millones, esto ha hecho que en los últimos años los inversores finales se hayan apuntado a esta tendencia y forman ya el 46% del total de inversores en SPACs en la plataforma de inversiones de Bank of America (datos de enero 2021).
Como la mayoría de las tendencias en economía que surgen en EE. UU. ha dado el salto a Europa con Amsterdam como el punto más caliente en territorio europeo. Esto ha llevado a los reguladores a plantearse cómo legislar este tipo de empresas ya que sus críticos avisan que no se deberían obviar los riesgos para los clientes finales que pueden no llegar a entender bien los riesgos de este tipo de inversiones.
Algunos estudios afirman que los retornos de invertir en una SPAC no superan a los de invertir de manera tradicional en el mercado ni siquiera los de invertir en OPVs y es que las SPACs no tienen por qué ser las opciones más baratas, tienen comisiones de suscripción y el boom que han generado las hace “oler” a burbuja. Lo cierto es que si están bien diseñadas son una innovación en la economía a tener en cuenta. La certidumbre del precio y la velocidad que suponen a las empresas para salir a Bolsa las convierten en una competencia para los Bancos de Inversión y permiten al inversor final acceder a este tipo de operaciones sin tantas barreras de entrada. Aun así, todavía tienen que probar su valía y empezar a generalizarse su uso como herramienta para cotizar en el mercado y para eso aún falta tiempo.