Actualmente hay cursos para todas las disciplinas que puedas imaginar.
Vas al colegio, a la universidad, haces un máster… Te formas de mil maneras en las más variadas materias: desde patronaje hasta física cuántica o cirugía ocular. Aprendes a hacer balances y a sacar la ecuación que mantiene fría el agua de un botijo y sin embargo tardamos años en aprender a enfrentarnos a las situaciones que más nos marcan; las más complicadas y duras. Pero para esas no hay asignatura que valga. Cuidar la elección será cuidar tus finanzas.
Nadie nos enseña a afrontar la pérdida, ni cómo dejar a alguien sin sufrir, ni cómo recuperarte cuando te parten el corazón. No se enseña a decir que no, ni te preparan para situaciones extremas. No hay clases para afrontar una crisis existencial, ni una que te prevenga de los momentos de depresión.
No dan créditos por encontrar el camino y dar con las soluciones a la medida de cada uno. No te preparan para las etapas de la madurez y, cuando las compartes y ves que otros también las están pasando canutas, te das cuenta de que atraviesas otras de las muchas etapas que no te cuentan en los libros. Las que no salen en los anuncios. La soledad, la baja autoestima, la pérdida de objetivos, la búsqueda de los mismos, encontrar tu verdad, superar malos tragos, reinventarse, reencontrar de nuevo el sentimiento tan esquivo que puede llegar a ser el amor.
Y si preguntas por ahí, sabrás que no estás solo; pero aún así, la gente no se moja. No hay libros de texto sobre temas emocionales peliagudos ni sobre los complejos nudos de la vida que nos toca desatar. No hay manual. Y así vamos, guiándonos a ciegas por los consejos de otros que caminaron por este trecho tiempo antes que nosotros, sin tener ni idea tampoco; con sus propios prejuicios y sus mochilas cargadas de pasado. Haber vivido algo y haberlo superado no hace que tu método haya sido más efectivo que los otros. Transmitimos una sabiduría heredada, basada en vivencias personales que a veces ayudan y a veces no. Y con ella los receptores de consejo (que en algún momento hemos sido y seremos dadores) hacemos lo que podemos, la aplicamos a nuestras propias situaciones e intentamos encontrar en ella consuelo; o recomponer con ella un corazón que más hubiera valido la pena tirarlo que arreglarlo.
Pero lo bueno es que al final encontramos el camino.
Con todo esto sólo quiero decir que se nos prepara para las ecuaciones más complejas académicamente pero no recibimos ninguna noción que desarrolle nuestra inteligencia emocional: que nos ayude a abrir la mente, a sobrevivir a las enfermedades del primer mundo, ni a pasar todas esas situaciones difíciles de la vida que nos marcan para siempre y que a todos nos toca vivir. Sólo quería compartirlo y dar un poco que pensar. 🙂
Y vosotros ¿qué opináis?