La pandemia ha hecho que muchos analistas parezcan no saber qué está pasando en el mundo de la economía. Muy pocos predijeron el barril de petróleo a 80 dólares y muchos menos fueron capaces de predecir las flotas de contenedores que se encuentran esperando en puertos californianos y chinos.
Mientras el covid19 avanzaba sin control en 2020, muchos analistas sobreestimaron el nivel de desempleo a finales de año. Hoy los precios suben más rápido de lo esperado y nadie sabe con certeza, con los datos actuales, si la inflación y los salarios los seguirán.
La búsqueda de unos mejores datos económicos se lleva dando desde que se empiezan a recoger las primeras estimaciones del PIB de EE. UU. en 1934. Los datos oficiales que los economistas monitorizan (PIB y desempleo entre otros) vienen con desfases de semanas o meses y muchas veces las primeras estimaciones se revisan drásticamente haciendo que diferentes cálculos como el de la productividad tarden años en calcularse con precisión. Muchas veces los datos revisados se vuelven a revisar y el resultado es un sinsentido estadístico.
Datos incorrectos y atrasados pueden llevar a crear políticas erróneas. La crisis financiera hubiera sido menos dañina si la FED hubiera bajado los tipos al cero en diciembre de 2007, cuando EE. UU. entró en recisión, en lugar de en diciembre 2008, cuando los economistas vieron los números. El BCE subió tipos de manera precipitada en 2011 en medio de un estallido temporal de la inflación que devolvió a la zona euro a la recesión. Los bancos centrales admiten que tardan 18 o más meses en apreciarse los efectos finales reales de un cambio en los tipos de interés.
Ante este desafío y con el avance de técnicas de minado de datos, muchos gobiernos y bancos centrales habían empezado a experimentar con varias métricas no usuales: desde la monitorización de los pagos con tarjetas al seguimiento de las reservas de restaurantes. Los resultados son todavía rudimentarios, pero con una mayor inclusión de dispositivos digitales y sensores en el día a día los pagos digitales se han vuelto omnipresentes y permiten que la monitorización de la economía mejore con precisión y rapidez.
La pandemia ha actuado como acelerador de este cambio. Sin tiempo para esperar a los estudios oficiales para revelar los efectos del virus o del confinamiento, muchos gobiernos optaron por experimentar con nuevos sets de datos. Esta tendencia irá intensificándose a medida que la tecnología permeabiliza el mundo de la economía.
La revolución del tiempo real promete hacer que las decisiones económicas sean más precisas y transparentes, pero también traerá peligros. Los nuevos indicadores podrán ser malinterpretados y no serán tan representativos ni libres de prejuicios como los informes oficiales de agencias de estadística nacionales.
Aunque el mayor peligro que pueden traer es la arrogancia de quienes los interpretan. Con un panóptico de la economía será tentador para políticos y reguladores pensar que pueden pronosticar con certeza el futuro o que pueden moldear la sociedad de acuerdo a sus preferencias. Desde siempre la manipulación de los datos para anticiparse a la evolución de los mercados ha sido objetivo de los grandes bolsillos.
Ya sabemos que ninguna cantidad de datos puede predecir el futuro de la economía con certeza ya que éstas son tremendamente complejas y dinámicas y no dependen de datos históricos sino del espontáneo comportamiento de millones de empresas y consumidores. La inmediatez de los datos no debe buscar la clarividencia sino ayudar a tomar mejores decisiones, más oportunas y racionales.