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Las dos técnicas modernas que utilizamos son el modelo de Black-Litterman y un modelo de optimización que minimiza el riesgo. Estos dos modelos se complementan entre sí, como el yin y el yang; un modelo ayuda a optimizar para el alza, mientras que el otro nos ayuda a ver lo que podría ocurrir a la baja.
El Modelo de Black-Litterman: Este modelo nos permite generar estimaciones de rendimientos futuros, basados en nuestras expectativas suavizadas por los datos históricas de las inversiones.
El modelo fue introducido en 1990 y perfeccionado a lo largo de la década siguiente, y también ayuda a compensar algunas de las deficiencias en la clásica “Teoría Moderna de Carteras (1950)”, lo que puede subestimar los beneficios de la diversificación de algunas clases de activos.
Además, Black-Litterman es la manera de evitar el llamado sesgo local en inversión. Se refiere a la preferencia que tienen los inversores de favorecer los activos que están «cerca de casa», es decir, la evidencia contraria que pueda sugerir una asignación más global. En otras palabras, es una herramienta diseñada para el uso de la evidencia empírica para tomar decisiones de inversión, sin ninguna referencia a gustos o disgustos regionales.
Minimizando el potencial de pérdida
El riesgo a la baja y la incertidumbre de optimización: Al diseñarse para las peores situaciones posibles nos permite generar perspectivas futuras de riesgo potencial a la baja y la incertidumbre basadas en la combinación de los rendimientos históricos de los activos elegidos.
Cuando modelamos nuestras rentabilidades esperadas futuras queremos saber dos cosas: ¿cuál es la frontera de los resultados esperados? y ¿ cuál es la frontera para situaciones peores de las previstas? Con este modelo podemos evaluar una amplia gama de resultados futuros. Podemos también testear nuestras asignaciones a través de escenarios negativos del mercado para tener una idea de lo grave que puede llegar a ser una caída, y de cuánta duración.