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La crisis alimentaria que viene

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La guerra está minando un sistema alimentario global ya mermado por la pandemia, el cambio climático y el shock energético. Las exportaciones ucranianas de grano y de semillas oleaginosas prácticamente se han detenido y las rusas están seriamente amenazadas. El precio del trigo, que se ha disparado un 53% desde el inicio de este año, volvió a subir un 6% el 16 de mayo después de que India suspendiese exportaciones por culpa de una alarmante ola de calor. Todo esto nos deja al borde de una crisis alimentaria global sin precedentes.

La ampliamente aceptada idea de una crisis del coste de la vida no alcanza a vislumbrar las consecuencias de la potencial crisis alimentaria. António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, advirtió a mediados de mayo que los próximos meses amenazan el “espectro de la escasez mundial de alimentos en los próximos meses” que podría durar años.

Rusia y Ucrania suministran el 28% del total del trigo comercializado a nivel mundial, el 29% de la cebada, el 15% del maíz y el 75% del aceite de girasol. La guerra está interrumpiendo el suministro principalmente debido a que Ucrania ha minado sus aguas para impedir un asalto por mar y Rusia está bloqueando el puerto de Odesa.

Ya antes de la invasión el Programa Mundial de Alimentos había advertido que 2022 sería un año terrible. China, el mayor productor mundial de trigo, ya dijo que tras las lluvias que retrasaron la siembre el año pasado, esta cosecha podría ser la peor de su historia.

A esto se suma ahora las temperaturas extremas en India, el segundo productor mundial, y la falta de lluvias amenazan con mermar los rendimientos de otras zonas productoras de grano como el cinturón de trigo de EE. UU. o la región de Beauce en Francia. Otro ejemplo sería el Cuerno de África que está viviendo una de las mayores sequías en cuatro décadas. Bienvenidos a la era del cambio climático.

Los que más acusarán estos problemas serán los países con menos recursos. Los hogares en economías emergentes gastan el 25% de su presupuesto en alimentación y en el África subsahariana esta cifra llega al 40%. En mucho países importadores, los gobiernos no pueden permitirse subsidios ni ayudas a la población más pobre, especialmente si también importan energía, otro de los mercados alterados.

Pese al alza en los precios del grano, los granjeros del resto del mundo no van a poder cubrir el déficit porque los precios son volátiles y, lo que es más preocupante, porque los márgenes de beneficios se están estrechando por culpa de la subida de los precios de los fertilizantes (exportación rusa) y de la energía. Estos son los principales costes de los granjeros y ambos mercados se encuentran alterados por las sanciones y por la lucha por el gas natural. Si los granjeros reducen el uso de los fertilizantes los rendimientos de los cultivos serán más bajos en el peor momento posible alimentando la posibilidad de una crisis alimentaria importante.

Un alivio inmediato llegaría si se rompe el bloqueo en el Mar Negro. Aproximadamente 25 millones de toneladas de maíz y trigo, que equivale al consumo anual de todas las economías menos desarrolladas, están atrapados en Ucrania. La liberación de estas toneladas implica a tres países: Rusia tiene que permitir a Ucrania el envío, Ucrania tiene que desminar el acceso a Odesa y Turquía tiene que permitir escoltas navales por el Bósforo.

Ninguna de las medidas va a ser sencilla. Rusia, que tiene dificultadas en tierra, está tratando de estrangular la economía ucraniana mientras que Ucrania es reacia a retirar las minas por una posible reacción rusa. La negociación debería implicar a países como India y China que se han mantenido fuera del conflicto. Serían necesarios convoyes armados de una coalición de países que actuasen como escoltas y asegurasen el alto el fuego en la zona. Recordemos que estamos ante una crisis alimentaria única que sin duda requiere de diplomacia internacional.

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