Autor: Nicolas Forest, responsable de gestión de renta fija de Candriam Madrid.
Desde los años 30, nunca el mundo se había visto enfrentado a semejante auge del populismo. La crisis presupuestaria italiana de las últimas semanas no es ni un accidente ni una excepción; mal haría el inversor en subestimarla. A ocho meses de las elecciones europeas, los movimientos «populistas» viven un apogeo en Europa.
Agrupación Nacional y Francia Insumisa en Francia, La Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas en Italia, Alternativa para Alemania y Die Linke en Alemania, Ukip en el Reino Unido, Podemos en España, el PiS en Polonia, el Fidesz en Hungría, Syriza en Grecia, el FPO en Austria, el PVV en Países Bajos o Vlaams Belang en Bélgica son, todos ellos, partidos a las puertas del poder.
En Estados Unidos y Latinoamérica (como lo demuestra la reciente victoria de Jair Bolsonaro en Brasil), el populismo no deja de crecer. Según un estudio de Bloomberg1 , el 41 % del PIB de los países del G20 está hoy en manos de gobiernos populistas frente a solo un 4 % en 2007.
Según la agencia Freedom House, los derechos políticos y las libertades civiles sufrieron un fuerte deterioro en 2017. Volvemos a niveles de 2007. O, si sumamos el deterioro observado en 2018, a los que precedieron a la implosión del bloque soviético.
El populismo se ha vuelto popular. Se manifiesta en concreto en el cuestionamiento de la independencia de los bancos centrales, la crítica contra instituciones supranacionales y el auge del proteccionismo.
El gobierno de Trump brinda un perfecto ejemplo, como evidencian las críticas inéditas del presidente contra la Fed o la imposición de aranceles adicionales contra las mercancías procedentes de China. Pero si bien Donald Trump es un caso paradigmático del peligro populista que acecha las democracias, no es su causa. Solo es un síntoma, y su marcha —cuando concluya su mandato, o sus mandatos, o incluso antes, eso ya lo decidirá la Historia— no resolverá las causas, que son mucho más hondas.
Desigualdad
Según Oxfam, la desigualdad mundial ha crecido considerablemente durante la última década. No en vano, el 82 % de la riqueza creada el pasado año correspondió al 1 % más rico de la población mundial. Mientras que el número de multimillonarios experimentó su mayor alza de la historia en 2017, las clases medias y populares apenas experimentaron un escaso aumento de sus ingresos y los Estados tendieron a empobrecerse.
Pese a que la pobreza ha retrocedido en el mundo en líneas generales, la desigualdad ha aumentado considerablemente en la última década. La instauración de programas extraordinarios de compra de activos por los bancos centrales, ciertamente, ha salvado el sistema financiero, pero no ha corregido ni un ápice ese ascenso de la desigualdad, terreno abonado para los partidos populistas. Ahora que los mercados financieros vienen experimentando unos primeros signos de volatilidad en los últimos días, ¿cómo debe afrontar este contexto político el inversor en renta fija?
Impacto en la renta fija
En un momento en que muchos economistas debaten sobre el fin del ciclo estadounidense y una probable recesión, sería prudente preguntarse por el impacto del riesgo político —tan importante al menos como el económico— en los mercados y la economía. Para el inversor en renta fija, hay dos cuestiones cruciales para determinar los riesgos de su inversión.
En primer lugar, ¿podrá devolverle el dinero el emisor de la deuda (los Estados, en el caso que nos ocupa)? ¿Tendrá recursos suficientes? Y en segundo lugar, ¿tiene intención de hacerlo?.
La primera cuestión, obviamente, es el meollo del análisis de renta fija.
Matemáticamente, la capacidad de amortización se determina mediante el presupuesto primario, el crecimiento nominal y el coste de la deuda. Ahora bien, observamos que el populismo de nuestro tiempo fomenta la expansión presupuestaria.
En Estados Unidos, Italia o China, un movimiento masivo de gasto presupuestario está conduciendo a un desmán de los déficits. Este movimiento resulta inusual, más por la coyuntura que por su amplitud: para Estados Unidos, fomentar el gasto presupuestario con una tasa de desempleo tan baja (menos del 4 %) es un hecho inédito desde hace más de 50 años.
En cuanto a la salida de la austeridad para el gobierno italiano (cuyo endeudamiento ronda el 130 %), también es lo nunca visto desde la creación de la Unión Europea. Por lo tanto, el endeudamiento público dista de emprender una senda de disminución.
Cuando un país controla su moneda, siempre podrá amortizar su deuda tras una fuerte devaluación de su moneda. Pero hoy día esa solución resulta imposible para un país miembro de la zona euro como Italia.
La segunda cuestión es más complicada de tratar.
La voluntad que un Estado tenga de amortizar su deuda depende en gran medida de la calidad de su gobernanza y la capacidad para cumplir sus compromisos. El auge del populismo podría resquebrajar esa voluntad. La Historia nos enseña que el número de impagos estalló en Europa en los años 30 y 40, principalmente debido a cambios políticos. Así sucedió en Austria o Alemania con el advenimiento de los gobiernos fascistas. También en Rusia, donde en 1918 el gobierno bolchevique se negó (sin más ni más) a amortizar la deuda del régimen zarista. Más recientemente los desequilibrios financieros y una mala gobernanza han conducido a numerosos impagos en África y Latinoamérica.
Por consiguiente, la cuestión italiana es ante todo una cuestión de voluntad. ¿Quieren el gobierno y los italianos permanecer en la Unión Europea? Según un sondeo de Eurobarómetro / ASR solo el 30 % quiere salir de la Unión Europea, frente a menos del 10 % en Alemania. Parece poco, pero hay que recordar que según ciertos sondeos solo el 35 % de los británicos quería abandonar la UE en 2015. Al hilo de una nueva crisis financiera o una recesión, la adhesión de Italia podría resquebrajarse. Y ese es el discurso político al que habrá que permanecer atentos. Porque nos parece muy claro que la solvencia de Italia no resistiría una salida de la Unión Europea.
Para un inversor en renta fija, es más imprescindible hoy que nunca incorporar factores de gobernanza, sociales y ambientales en su análisis. Además del análisis de la sostenibilidad de la deuda, incorporamos a nuestro análisis el grado de corrupción de un país, el de libertad y el respeto a las libertades civiles, la independencia del banco central y el respeto a las instituciones. Para cumplir los objetivos establecidos por la ONU, es determinante analizar la protección social de un país o la distribución de su riqueza. Por último, los criterios medioambientales pesarán cada vez más en la deuda de los Estados. La gestión de los recursos naturales y de la contaminación son retos primordiales para los gobiernos. Todos los países, tanto los desarrollados como los emergentes, se ven confrontados a esos mismos desafíos.
Lamentablemente, el ascenso de la desigualdad, el auge del populismo, el deterioro de la gobernanza y los riesgos sistémicos que entraña el cambio climático acarrearán impagos en los próximos años. Por consiguiente, la incorporación de los criterios ESG en la gestión de la renta fija ya no es facultativa, sino una necesidad.
Acerca de CANDRIAM
CANDRIAM es una sociedad de gestión de activos europea multiespecialista, presente en el mercado desde hace veinte años. Está formada por un equipo de más de 500 profesionales, quienes, a 30 de septiembre de 2018, gestionaban 121.000 millones de activos2 . CANDRIAM cuenta con centros de gestión en Luxemburgo, Bruselas, París y Londres, cuenta con oficinas representativas en más de veinte países de Europa, Norteamérica y Oriente Medio. CANDRIAM propone soluciones de inversión en varias áreas fundamentales: renta fija, renta variable, estrategias de rentabilidad absoluta y asignación de activos. CANDRIAM es, además, pionera en inversión responsable y desde 1996 ha ido desarrollando una gama completa de soluciones innovadoras en todas las clases de activos.
CANDRIAM forma parte de New York Life. New York Life Investments3 clasificada entre las mayores gestoras de activos del mundo4 .
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