La guerra comercial entre EE. UU. y China empezó, no solo por la tecnología, durante el mandato de Donald Trump, entre 2017 y 2021 y ha continuado durante la administración Biden, al menos la de la tecnología.
Esta guerra comercial está transformando las relaciones y las cadenas de suministros en todo el mundo. Y los costes están aumentando. Las estimaciones varían, pero el FMI calcula que la eliminación del comercio de tecnología avanzada entre los dos principales bloques rivales podría suponer un 1,2% del PIB global cada año.
A priori no parece que nada vaya a cambiar esta dinámica. En EE. UU. pocos son los asuntos en los que ambos partidos están de acuerdo y éste es uno de ellos. Mientras, China considera que ceder supondría no reconocer su lugar legítimo en el orden global, algo impensable para el Sr. Xi.
Los próximos pasos de la guerra por la tecnología se llevarán en dos frentes. El primero es la fabricación de microchips, que crean la infraestructura global de procesamiento de información y el segundo es el de la tecnología verde, cuyos componentes formarán la columna vertebral de toda la economía mundial.
Consideremos la posición actual de ambos países. EE. UU. está tratando de que los grandes fabricantes expandan su producción en suelo estadounidense mientras mantiene tasas elevadas en paneles solares y vehículos eléctricos procedentes de China, un 14,25% y 25% respectivamente.
Por su parte, China ha avanzado rápidamente en el campo de la tecnología verde. Longi es el mayor fabricante de panales solares, CATL es la mayor fabricante de baterías y BYD está pugnando con Tesla por el título de mayor fabricante de coches eléctricos. Sin embargo, en cuanto a la fabricación de chips se refiere no han tenido unos resultados tan espectaculares.
Los potenciales efectos de prolongar una guerra comercial en el frente de la tecnología son preocupantes.
El mayor coste de la guerra por la tecnología podría ser la bifurcación de las industrias globales de información y de tecnología energética lo que llevaría a un crecimiento global desacelerado y un retraso en la descarbonización. Consecuencias que no sólo padecerían EE. UU. y China sino el resto del mundo, que poco tiene que decir en lo relativo a esta guerra comercial.