En los últimos años la deuda de los gobiernos ha pasado a ser un asunto de poca importancia pese a que los países se han endeudado más y más. Los bajos tipos de interés han hecho que endeudarse saliese barato, incluso a niveles que habrían asustado a una generación anterior. La pandemia aceleró esta tendencia con los países ricos tomando prestado un 10,5% de su PIB en 2020 y un 7,3% en 2021. Ahora que los bancos centrales están subiendo tipos para combatir la inflación la deuda pública se está volviendo más onerosa.
En la eurozona, mientras suben los tipos de interés, la prima que los países tienen que pagar por su deuda ha subido haciendo que aparezca la posibilidad de que los intereses que se pagan por la deuda sean inasumibles y los países necesiten un rescate.
Para un determinado coste de la deuda, tres factores determinan principalmente el servicio de dicha deuda. Dos de ellos son directos: el tamaño de la deuda y la proporción de ésta vinculada a la inflación o a los tipos de interés.
El tercer factor es el más complejo: el vencimiento de la deuda. Cuando los gobiernos emiten bonos a largo plazo fijan el tipo de interés vigente. Cuanto mayor es el plazo del bono, más tarda en reflejarse en los presupuestos las subidas de tipos. La forma de medir el impacto más habitual es a través del vencimiento medio ponderado (WAM por sus siglas en inglés).
Pero los cálculos de estas mediciones pueden resultar engañosos. El vencimiento medio ponderado puede distorsionarse al alza si se emite un número pequeño de bonos a muy largo plazo: Si se emite deuda a 40 años en lugar de a 20, el vencimiento medio ponderado subiría, pero esto no cambiaría la velocidad a la que el incremento de los tipos de interés afecta a los presupuestos de los países en los próximos años.
Existe una complicación añadida, la expansión cuantitativa o quantitative easing (QE), que han llevado a cabo los bancos centrales los últimos años. Esta complicación la abordaremos el próximo artículo.