Desde la Revolución Industrial, los países ricos han crecido más rápido que los países pobres. Existe una excepción, las dos décadas posteriores a 1995. Durante este periodo, las brechas en el PIB se estrecharon, los niveles de extrema pobreza cayeron y la salud pública y la educación mundial mejoraron enormemente con una caída en las muertes por malaria y en mortalidad infantil y un aumento en matriculaciones escolares.
Hoy, desgraciadamente, la extrema pobreza apenas ha disminuido desde 2015. Las mejoras en la salud pública mundial aumentaron ligeramente justo antes de la pandemia para luego, en plena crisis COVID, caer en picado. La malaria ha matado a más de 600.000 personas al año durante esta década de 2020, volviendo a niveles de 2012. Y desde el pico visto en 2015 no ha habido un estrechamiento de la brecha de crecimiento entre unos y otros.
¿Qué pasa con los países pobres?
Los países más pobres han dependido de donaciones en materia de educación y, especialmente, en materia de salud que pese a haber aliviado ciertos problemas no han generado el crecimiento necesario para que se sustenten por sí mismos.
Sin embargo, las mayores “hazañas” de crecimiento surgieron internamente en los países: el rápido crecimiento de China vino tras la apertura al resto del mundo bajo el mandato de Deng Xiaoping; de manera análoga en la India pasó algo similar tras desmantelar el “Raj de licencia” o el crecimiento de las economías de los países del este de Europa tras la caída del comunismo y su inclusión en el mercado global.
Desgraciadamente, este tipo de reformas locales se han estancado ya que los líderes de estos países tienen un mayor interés en el control estatal, las políticas industriales y el proteccionismo con la única idea de aumentar su poder. Las posiciones gubernamentales que les impiden ver la luz.
Los indicadores de libertad económica se han mantenido prácticamente planos en África subsahariana desde mediados de la década de 2010 y en América del Sur desde principios de siglo.
¿Qué pasa con los países ricos?
El FMI y el Banco Mundial, están haciendo malabarismos entre promover reformas económicas y combatir el cambio climático mientras se ven envueltos en una lucha de poder entre EE. UU. y China que hace muy complicado la restructuración de la deuda de los países pobres.
Las partidas presupuestarias destinadas de ayuda internacional también se han visto reducidas y el dinero antes destinado a las economías de países pobres se ha asignado a otras causas como hacer más ecológicas las redes eléctricas y a atender las crisis migratorias.
¿Hay solución?
Mientras el resto del mundo tiende al intervencionismo los países pobres han apostado por restricciones comerciales que sufrirán en su capacidad de crecimiento. Los países ricos se las arreglarán, como siempre pasa, pero para los ciudadanos de los países pobres pequeñas variaciones pueden suponer la diferencia entre una buena vida y pasar penurias.