Al inicio de este siglo las economías en vías de desarrollo eran fuente de optimismo y de ambición. Hoy Suráfrica se tambalea por una insurrección, Colombia está sufriendo protestas violentas y Túnez, por poner tres ejemplos, se enfrenta a una crisis constitucional. Lejos quedan las expectativas de una recuperación económica.
Esta ola de agitación y autoritarismo que están viviendo estos países se debe, parcialmente al menos, a los estragos de la pandemia que ha expuesto y explotado vulnerabilidades como burocracias corruptas y redes de seguridad social inexistentes. Junto a la tragedia de la pérdida de vidas humanas se está pasando una factura económica ya que los países emergentes tienen menos margen de maniobra para hacer frente a cualquier crisis.
Esto puedo exacerbar un grave problema económico: La brecha entre países ricos y países emergentes se está acrecentando y es que las previsiones a medio plazo del PIB de las economías emergentes son, de manera agregada, un 5% inferiores a las que había prepandemia
A principios de los 2000 la idea de que los países pobres podrían prosperar implantando tecnología extranjera, invirtiendo en producción propia y abriendo sus fronteras al comercio internacional era una realidad. La proporción de países cuyo nivel de producción económica per cápita superaba a EE. UU. o a la UE pasó del 34% en 1980 al 82%. Las implicaciones fueron tremendas: se redujo la pobreza, las empresas se centraron en estos países no sólo como productores sino también como consumidores y a nivel geopolítico se divisaba un mundo menos polarizado y con un reparto de poder más equitativo.
Ese futuro dorado parece haberse esfumado, en la década del 2010 ese porcentaje de países con niveles de producción per cápita superior al de los países ricos cayó hasta el 59%. Es cierto que China ha desafiado a aquellos que pensaban que no podría mantener su crecimiento y que hay ciertos países asiáticos que sí mantienen un buen ritmo como Vietnam, Filipinas y Malasia, pero son la excepción. Brasil y Rusia están lejos de los otros BRICs. Suramérica, Oriente Medio y el África subsahariana cada vez están más lejos de los países desarrollados y el resto de países emergentes de Asia han disminuido notablemente su crecimiento.
¿Qué pasa ahora? El principal riesgo de los mercados emergentes solía ser que subiesen los tipos de interés en EE. UU. pero la mayoría de economías emergentes tienen tipos de cambios flotantes y dependen menos de la deuda en moneda extranjera. La inestabilidad política, no obstante, sí es un motivo de preocupación. Es especial el movimiento político en Afganistán que ha traído la salida de EE.UU.
Habrá que ver, además, los efectos económicos de la COVID-19 ya que la mayoría de la población de estos países no estará vacunada hasta bien entrado el 2022 lo que podría afectar a largo plazo a la productividad.
El mundo ha cambiado desde los años 2000, el acceso a las tecnologías digitales es ahora vital al igual que lo es una red de seguridad social pero los principios del crecimiento económico siguen siendo los mismos. Mantenerse abiertos al comercio mundial, competir en los mercados internacionales e invertir en infraestructura y educación siguen siendo pilares para el desarrollo de estos países y sólo aquellos que puedan conseguirlo verán una verdadera recuperación económica.