En el anterior post estuvimos tratando cómo funcionan fiscalmente los fondos de inversión. Como pudimos ver, tanto las pérdidas como las ganancias patrimoniales obtenidas son compensadas en su totalidad dentro de su subcategoría; pero en el caso de que queramos compensar las pérdidas obtenidas dentro de una subcategoría con las ganancias de la otra, tendremos un límite de compensación fijado por ley en el 25% sobre los rendimientos positivos.
Cuando Mario Draghi asumió la
presidencia del Banco Central Europeo (BCE) en 2012, la institución y la propia
eurozona se enfrentaban a grandes retos. Tantos, que se había cuestionado el
propio concepto del euro.
Nadie esperaba que aquel
comentario de “haremos todo lo que sea necesario” y, “créanme, será
suficiente”, bastaría para convencer al mercado de que esta vez sería
diferente. Aquel discurso del verano de
2012 fue algo realmente especial.
Cuando llegó al BCE, España era el eslabón más débil de la
eurozona después de que los mercados se hubieran empeñado en que el gobierno no
fuese capaz de financiarse mediante la emisión de deuda. Aunque el foco estaba
puesto en este país, toda la eurozona mostraba debilidad y Mario Draghi
encendió una chispa que derivó en una serie de grandes decisiones que siguieron
para salvar el euro como moneda y para, en mi opinión, salvar el espacio
económico europeo.
Porque, aunque aquellas palabras
fueran indiscutiblemente importantes, solo fueron el comienzo de su gran obra, ya que que un sistema no se salva sólo con un discurso; en
realidad, es necesario el esfuerzo coordinado de acciones para asegurar la
estabilidad y asegurar su reconstrucción. Yo diría que Mario Draghi es el
hombre que realmente entiende cómo funciona nuestro sistema económico y afortunadamente
para Europa pudimos contar con él en los momentos más delicados.
La primera de las medidas que marca el mandato de Draghi fue el programa
Outright Monetary Transactions (OMT)
que permitía la compra de bonos soberanos para permitir que los gobiernos de
los países que habían pedido ayuda a través del Fondo Europeo de Estabilidad
pudieran financiarse. Eso sí, esta medida establecía una condición, que el país
que recurre a él debe implementar políticas económicas concretas.
Esto derivó en un
estrechamiento de los diferenciales de los bonos soberanos, mejoró la capacidad
de financiación, lo que ayudó a los bancos al permitir que las entidades
financieras fueran capaces de financiarse a tipos asequibles y así poder
conceder préstamos a tipos más bajos a los agentes económicos del país.
A las operaciones OMT les siguieron los
programas LTRO, una de las decisiones más importantes de Draghi, ya que
garantizó que los bancos pudieran refinanciarse a tipos realmente bajos, algo
muy positivo para el sistema financiero y los bancos europeos.
Esta semana es su última reunión del
BCE y nos deja un sistema financiero mucho más saludable con tipos muy asequibles
y programas que permiten seguir estimulando la actividad económica y el consumo
de los consumidores.
Sin embargo, la función del BCE seguirá
enfrentándose a retos a medida que avancemos en la cuarta etapa de la
Revolución Industrial, que es la digitalización. Creo que el segundo paso de
esta nueva era será conocido por una nueva generación de comunicación
inalámbrica o 5G que permitirá la conectividad masiva entre máquinas y objetos,
lo que a su vez permitirá el siguiente paso en la automatización y eficiencia
industrial. Lamentablemente, este próximo salto de automatización tendrá un
gran impacto en los trabajos manuales y en el empleo, y corre el riesgo de
debilitar aún más el consumo de los consumidores a medida que los trabajadores
sean sustituidos por robots móviles, procesos de sensores y funciones de red.
Aquí es donde la Sra. Lagarde debería
marcar una diferencia en mi opinión, alentando el gasto fiscal que crearía
puestos de trabajo de sustitución y facilitando esta transición. Por lo tanto,
su permanencia en el cargo debería ser una continuación de la de Draghi en su
intento de sostener el sistema a escala europea y solidificarlo aún más, dados
también sus antecedentes y conexiones políticas. Recientemente se dirigió
al FMI y declaró, por ejemplo, que la unión bancaria y la unión de los mercados
de capitales también ocupan un lugar destacado en su agenda para las cuestiones
que quedan por tratar. También estará acompañada por otra persona competente,
su nuevo Economista Jefe, Philip Lane. El señor Lane es un hombre que sabe
bastante sobre los beneficios de la acomodación del banco central, después de
haber rescatado el sistema bancario irlandés como jefe del Banco Central del
país tras de la crisis de 2008.
Por lo tanto, el mandato de la Sra.
Lagarde debería ser tan emocionante como el del Draghi y podría marcar el
comienzo de la «Era baja para siempre» para garantizar que las
oportunidades de empleo y consumo sigan siendo abundantes en los años venideros
en la zona europea.
Autor: Mondher Bettaieb, Director de crédito de Vontobel
AM.
En otros artículos hemos tenido la oportunidad de conocer los tipos de costes a los que están sujetos los fondos de inversión. En este post pretendemos tratar los impuestos que debe afrontar un inversor a la hora de invertir en fondos de inversión. De esta manera tendremos la oportunidad de conocer el peaje fiscal al que se enfrentan este tipo de vehículos de inversión.
Demasiado bueno como para ser positivo: posibles repercusiones
Apenas existen dudas
de que, en la última década, los inversores con carteras de estrategias
referenciadas a índices se han beneficiado de un entorno en que ha prosperado
la beta asequible. Sin embargo, Matthew Beesley, de GAM Investments, se
pregunta si la constante apetencia por enfoques de inversión pasiva podría
llegar a imprimir un efecto negativo en el equilibrio del mercado.
La mayoría de los inversores son conscientes de que las entradas de capitales en los fondos pasivos superan significativamente a los que llegan a las estrategias de renta variable de gestión activa desde la crisis financiera mundial. De hecho, según ilustra el Gráfico 1, los activos estadounidenses de renta variable de gestión activa superaban en número a las estrategias pasivas en una proporción de tres a uno a mediados de marzo de 2009, cuando los grandes índices de valores comenzaron a revertir su tendencia negativa y embarcarse en un mercado alcista, hasta ahora, ingente y secular. El siguiente gráfico ilustra claramente el marcado ritmo de flujos de activos hacia fondos “referenciados” y cotizados en los últimos años y la convergencia, hasta cerca de la paridad, de los activos de gestión activa y pasiva.
El análisis de Morningstar cuenta con el respaldo de datos
independientes de Bank of America Merrill Lynch, que concluye que la cuota de
mercado global de los fondos estadounidenses de renta variable pasivos se ha
incrementado actualmente hasta el 45%1. Sin embargo, la rápida
entrada de estas estrategias basadas en el dinamismo de los precios nos lleva a
plantearnos si un mayor crecimiento podría traducirse en un estrechamiento de
la base de liderazgo, por su enfoque de “comprar primero los valores más
grandes” y llegar a alimentar en mayor medida las burbujas en el ámbito de la
renta variable, tal y como ejemplificaron recientemente las denominadas
“FAANG”.
¿Comprar acciones o
comprar el mercado?
En mercados alcistas a largo plazo, el énfasis suele
centrarse en poseer “el mercado”, en lugar de una cartera de base fundamental
con valores concretos; se trata de una situación que presumiblemente se ha
amplificado en el mercado alcista actual por los niveles sin precedentes de
intervención extrema de los bancos centrales. Por otra parte, en términos de
rentabilidad una vez descontadas las comisiones, los inversores se han visto
incuestionablemente beneficiados, pero ¿continuará este “enfoque estandarizado”
hacia los valores idiosincráticos ofreciendo buenos resultados ahora que el
equilibrio ha virado de forma tan drástica?
Para responder esta pregunta, es importante reconocer que el
éxito de inversión a largo plazo en activos de riesgo rara vez tiene que ver
con la “foto fija” de cada momento. Por tanto, a pesar de una década o más de
éxito irrefutable, consideramos que la cuestión principal es que las
estrategias pasivas no son en modo alguno prospectivas. De hecho, basar las
asignaciones en las capitalizaciones de mercado actuales de las acciones es,
efectivamente, una estrategia a largo basada en el dinamismo en que se compra
alto y se vende bajo. Naturalmente, la inclusión de fondos referenciados en una
cartera equilibrada puede contribuir a restringir los costes de gestión, lo
cual es un aspecto positivo. Sin embargo, puede que esos fondos referenciados
ya no sean la panacea que han parecido ser durante la última década. Existe una
preocupación por que la persistencia de entradas en estrategias que “compran
primero los valores más grandes” pueda crear desajustes en los precios de los
activos que solo puedan abordarse con un enfoque de inversión más activo y que
solo ofrezcan resultados favorables si existe una división equilibrada entre
enfoques de inversión. Todo el concepto de la inversión pasiva se asienta en
que los mercados sean eficientes y los precios de los activos sean razonables.
En lugar de constituir un nuevo paradigma, un sector de la gestión de fondos
que se aproxime a ser 100% pasivo acabaría, fundamentalmente, con este
equilibrio y podría implicar consecuencias muy negativas.
El cenit de la
inversión pasiva
Para ilustrar este extremo, hemos adaptado los principios de
la curva de Laffer. La curva de Laffer se concibió originalmente para ilustrar
el concepto de “fiscalidad máxima viable”. En pocas palabras, existe un punto
en que el tipo impositivo es óptimo. Si los tipos impositivos son demasiado
bajos, la recaudación es insuficiente. De manera similar, cuando los tipos
impositivos se convierten en confiscatorios, la recaudación desciende, en lugar
de subir, pues se retira mano de obra del mercado. Este razonamiento respalda
la noción de hallar el equilibrio adecuado entre los incentivos a la producción
y el emprendimiento (para potenciar la producción económica) y unos regímenes
fiscales punitivos (que desincentivan la empresa y el beneficio económico).
En este sentido, existe una analogía evidente con la gestión de activos (véase el Gráfico 2). Claramente, cuando el porcentaje de inversiones de gestión pasiva es cero, los inversores abonan unos niveles elevados de comisiones de rentabilidad y deben esperar que los gestores que seleccionen administren sus carteras con errores de seguimiento altos para justificar estos costes “íntegros” de gestión activa. Como se ha demostrado, asignar un porcentaje de activos de las carteras a disciplinas pasivas puede incrementar la eficiencia general en términos netos de comisiones, pero solo hasta cierto punto. Como pasamos a explicar, consideramos que un exceso de gestión pasiva puede, en realidad, llevar a un descenso del rendimiento de la misma forma en que unos impuestos excesivos merman la recaudación fiscal.
La venganza de Laffer
En la década de 1800, el historiador sociológico y filósofo
Thomas Malthus estableció que el concepto de crecimiento poblacional se rige
por la plenitud relativa de las necesidades de supervivencia. De esta forma, el
crecimiento se estancaría de forma natural por la insuficiencia de alimentos y
agua para nutrir al conjunto de la población y solo volvería a acelerarse una
vez la población hubiera descendido a un nivel más sostenible. Esta noción de
que el aumento de la mortalidad guarda una correlación directa con el
crecimiento poblacional pasó a denominarse “la venganza de Malthus”.
De manera similar, en un contexto activo frente a pasivo, la
sostenibilidad de las rentabilidades que ofrece la inversión pasiva depende de
que a los gestores activos se les confíen activos de clientes suficientes para
que hagan las veces de contrapeso natural al dinamismo de precios “ciego”
asociado con los flujos exorbitantes hacia fondos referenciados y cotizados.
Este es el caso, especialmente, de acciones como Apple, que se incluyen en
infinidad de índices y fondos cotizados especializados (según ETF Database, las
acciones de FAANG forman parte nada menos que de 37 fondos cotizados solo en
Estados Unidos). Consideramos que una gestión de inversiones verdaderamente
activa puede contribuir a garantizar que las valoraciones de los títulos no se
distancien en exceso de unos niveles fundamentales razonables, creándose pues
un mercado más eficiente y con menor riesgo para los vehículos pasivos y sus
inversores. No es complicado prever que la evolución pasiva podría efectivamente
“comerse a sí misma” en ausencia de tal factor corrector (describiríamos esa
circunstancia como “la venganza de Laffer”). Este punto de vista lo comparte
John Authers (antiguo analista jefe de mercados del Financial Times),
que en agosto de 2018 escribió que “un mercado de valores en el que nadie
trata de determinar qué acciones son asequibles y cuáles caras y, a
continuación, comprar y vender en consecuencia, deja de ser un mercado”.
Por tanto, de la misma forma en que un tipo impositivo del
100% inevitablemente se traducirá en una recaudación nula, consideramos que un
sector de gestión de activos 100% pasivo solo puede ofrecer rentabilidades
equivalentes a cero por dos razones: en primer lugar, resultaría imposible
encontrar una contraparte para una orden de compra o venta si todos los
gestores de fondos actúan igual; en segundo lugar, si descontamos la menguante
influencia de los inversores intradía por sus cuentas personales, un fondo solo
podrá obtener rendimientos relativos positivos a expensas de otro fondo de su
grupo de homólogos; si todos se negocian pari passu, sus rentabilidades
teóricas deberán ser de cero.
Claramente, un mercado de valores totalmente disfuncional no
solo pondría en peligro las rentabilidades de los inversores, sino que también minaría
una fuente de incalculable valor de capital emprendedor; las repercusiones
económicas podrían ser realmente desastrosas.
Existe el temor, si el flujo hacia estrategias pasivas
continúa aumentando rápidamente, de que los gestores activos, al tratar de
añadir valor de los análisis fundamentales, pudieran verse cada vez más
anulados por la ingente escala de estos flujos: la gestión activa podría perder
su peso como factor de corrección del dinamismo extremo de los precios entre
determinados valores. Si el capital que se invierte se asigna repetidamente de
forma equivocada, los mercados se vuelven cada vez más ineficientes,
degradándose el nivel de rentabilidad de las inversiones.
Afirmaríamos que un dinamismo excesivo hacia las acciones de
FAANG, con independencia de si los flujos proceden de vehículos puramente
referenciados o cuasireferenciados a índices o inversores en momentum,
no resulta más lógico (en ausencia de una base fundamental por valores) que la
caza de principios del milenio de valores de tecnología, medios de comunicación
y telecomunicaciones con múltiplos de PER elevadísimos. Algo tendrá que cambiar
antes o después.
Se plantean dos preguntas:
¿En qué punto apreciarán el movimiento pasivo y sus
inversores que el paradigma se torna insostenible más allá del punto álgido de
dominio?
¿Recuperará la gestión activa el favor suficiente antes de
que alcancemos el punto de no retorno (literal y metafóricamente)?
¿Más allá del cenit
de las estrategias pasivas?
El problema con el concepto del punto máximo viable de la
inversión pasiva es que resulta extremadamente complicado de definir. Las
estimaciones académicas habitualmente señalan la banda de entre el 25 % y
el 45 %, que no es precisamente estrecha y el nivel superior ya se ha superado
en Estados Unidos. Claramente, la conducta de aversión y apetencia por el
riesgo a que hemos asistido en los últimos años indica que los inversores
entran y salen del mercado en lugar de constituir la rotación sectorial cíclica
más habitual de la fase madura de un mercado alcista, lo cual se ha traducido
en mayores correlaciones entre activos y una menor dispersión en sectores y
valores.
La caída por la crisis de 2008 a menudo se denomina un
acontecimiento de “correlación 1” porque los precios evolucionaron de forma
pareja entre las diferentes clases de activos y en de cada una de ellas. Los
inversores podrían, por tanto, inferir que tales ventas masivas indiscriminadas
son habituales, pero los análisis históricos demuestran que se trata de una
excepción más que de una norma. Según FactorResearch2, las
correlaciones fueron mucho menores en caídas previas, lo cual brinda a los
gestores activos la posibilidad de ofrecer a sus inversores cierto aislamiento
de los descensos evitando los valores con mayores pérdidas. Tal y como observó
Tom Stevenson en un artículo publicado recientemente en el Daily Telegraph3,
en el próximo descenso “podría no parecer tan inteligente solo comprar [o
mantener] todo… Las perspectivas para empresas concretas podrían parecer de
repente más relevantes”.
Si la tendencia hacia la gestión pasiva sigue avanzando sin
freno —Moody’s, la agencia de calificación, previó4 recientemente
que los activos de fondos activos serían superados por los de sus homólogos
pasivos en 2021—, las consecuencias más a largo plazo pueden ser mucho mayores
que unos cuantos puntos básicos de rentabilidad de la inversión. En términos de
exposición a inversión pasiva, parece totalmente aplicable el antiguo dicho de
“demasiado bueno como para ser positivo”.
1“Passive investing now
controls nearly half the US stock market”, CNBC (marzo de 2019).
2“Volatility, dispersion &
correlation – friends or foes?” (septiembre de 2018).
3“Next downturn will be active
investors time to shine” (marzo de 2019).
4“Adoption of passive investing on track to overtake active in two years” (marzo de 2019)
Autor: Matthew Beesley, Group Head of Investment
Advertencias legales importantes
Los datos contenidos en este documento tienen
simplemente el objetivo de la información y no constituyen asesoramiento de
inversión. Por la veracidad y exactitud del contenido de esta información se
declina toda responsabilidad. Cualquier recomendación u opinión contenida
en este documento puede cambiar y refleja el punto de vista de GAM en las
actuales condiciones económicas. Se declina toda responsabilidad por la
veracidad y exactitud de los datos. La rentabilidad pasada no es un indicador
de la rentabilidad actual o futura.